Reverte, me alegro de verte

Cádi es la mejón siudá del mundo pa viví. Eso lo he dicho yo mile de vese a lo largo de mi vida e, inclusives, alguna que otra vé lo he publicao en este bló. Cádi es lo mejón del mundo y eso es un consesto que tol mundo asesta, una ley de la bellesa mundiá, como la ley de la gravedá en física, o la ley del embudo en mi casa. Esa lú que tiene te tranmite la alegría sufisiente pa sonreí, disfrutá, paladeá de cada paso que va dando, entre casa que tienen tanto año en sus muro como copla dentro de ello.

El só de Cádi sabe morí mejón que nadie. Eso sí que es una muerte disna. Despué de habé dao la energía positiva pa llená los depósito de guasa de Cádi, no podría irse asín como si ná sino que se esconde allá por lo lejo con un espetáculo de luse que no hay fuego artifisiale pa compará con esa maravilla de colore ni televisó de pantalla plana con definisión sufisiente pa tranmitirte la sensasione de contemplá el atardesé en la balaustrá de la Caleta.

Cádi te ofrese una esperiensia nueva en cada esquina y no es solo por la calidá de la grifa que se vende asquí. Es que cada recoveco de Cádi tiene tré (o sinco) mí año de suspiro, de mirá, de carcajá, de arte, grasia, por supuesto, al elemento má presiao que tiene Cádi: el Gaditano.

Cádi no sería lo que es sin su gente. El gaditano es distinto, una espesie en peligro de estinsión, de mucho má való que el linse ibérico, el oso panda o la cacatúa del Pasífico. El gaditano junta ingenio con arte, guasa con historia, gana de cachondeo con gana de má ná y para el tiempo con su palabra, sin creerse má grasioso que nadie, pero siéndolo.

Cada vé estoy má convensio de que el gaditano no va a conquistá el mundo. To lo contrario. Un día el último gaditano echara el serrojo, levantará el Puente Carransa, recorrerá tól Paseo Marítimo y en el Puente Caná se tirará hasta las agua de la Caleta con una piera ostionera amarrá a la sintura. En ese momento, el último gaditano ni siquiera derramará dó lagrimone sino que dibujará una sonrisa en su cara porque, cuando él se vaya, Cádi se convertirá en una sivilisasión mitológica, la Aslántida del siglo ventitré.

Quisá yo no sea ojetivo con mi Cádi, pero cuando veo que hay gente que no es de asquí y piensa lo mismo que yo, sé que no estoy esagerando. El último ejemplo el de Javié Reverte, que por lo visto es un escritó mu importante que, los otros día, en El Paí (el periódico, no un mapa) escribió sobre los dié mejore lugare del mundo y en el punto désimo nombró a Cádi. La cosa es que yo creo que los otro nueve eran una escusa pa podé hablá de mi Cádi.

El enlase es este, pero a los flojo le copio el testo asquí:

10 Cádiz

Cuando me preguntan qué lugar escogería para vivir, digo Cádiz sin dudarlo un segundo. Porque allí tengo la sensación de vivir en el aire. Es una ciudad que conocí hace muy poco, tal vez no más de siete años atrás, y a la que he vuelto en contadas ocasiones. Pero me asombra la forma de entrar en su rincón más genuino, la Tacita de Plata. Atraviesas desoladas carreteras, primero, y luego una larga recta que corre junto a la playa y, al fin, alcanzas una rotonda que se llama Porta Tierra. O sea: que el mar, desde la Tacita, tiene una puerta que se abre hacia la tierra, no al revés.

Y allí dentro, el viento sopla y se detiene calle a calle, nadie te toma por extraño y, para cualquier gaditano, lo natural en este mundo es ser de allí, no de otra parte. Y el que no sea de allí, pues él se lo pierde. Nunca sabes si es mentira lo que te cuentan o inventado. Pero qué más te da. Vives en el aire, casi a la sombra de Peter Pan, en una ciudad que navega sobre el viento y que, si algún día desaparece, es porque el mundo no merece estar a su altura.